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Un debate de más de un siglo

Por Huberto D’Apresdieu y William Woods

El actual sistema electoral canadiense ha determinado la manera en la que elegimos a nuestros gobernantes a nivel federal desde 1867. Este sistema, que data de principios de la Federación Canadiense y que se conoce en inglés como “First Past the Post” o de mayoría simple en español, funciona de una manera adecuada en sistemas en los que únicamente dos partidos políticos compiten en las elecciones.  En Canadá, no fue hasta 1921 que se crearon nuevos partidos políticos, llevando al Parlamento a crear una comisión especial que tenía como mandato estudiar un posible sistema de representación proporcional y el voto preferencial o voto único transferible.  En 1936, el Parlamento creó nuevamente una comisión especial que analizó cuatro temas principales: 1) la representación proporcional, 2) el voto alternativo, 3) el registro obligatorio para votar, y 4) el voto obligatorio. Sin embargo, dichos esfuerzos no finalizaron en un cambio al sistema electoral establecido. Posteriormente en 1979, 1985, 1991, 2004 y más recientemente en 2016, se han promovido debates, grupos de trabajo y otro tipo de esfuerzos desde la sociedad civil y algunos partidos políticos con miras a reformar el sistema electoral y actualizarlo con la realidad política y demográfica del país. A pesar de lo anterior, en 2019 aun seguimos esperando una reforma en este sentido.

El actual gobierno, que desde 2015 se había comprometido a consultar a la ciudadanía y reformar el sistema electoral, tiene un reto histórico de garantizar que las próximas elecciones sean las primeras bajo un sistema más justo. No obstante, vale la pena reconocer que este tipo de reformas tiene una complejidad histórica que se ha heredado del sistema británico. Recordemos que fue solo hasta marzo de 1982 que se repatrió la Constitución canadiense del Reino Unido, es decir que antes de esa fecha todo tema constitucional era objeto de decisiones tomadas en dicho país. La repatriación se logró a partir de un proceso de diálogo político que incluyo múltiples consultas con las provincias, con líderes de partidos políticos y la ciudadanía, entre otros.

Una eventual reforma al sistema electoral debe además considerar la diversidad y composición demográfica actual del país y de sus regiones, incluir a las primeras naciones, y estar en armonía con la Constitución y la Carta de derechos y libertades. Así mismo, debe realizarse un detallado proceso de sensibilización y movilización ciudadana, para que ante un posible referendo en el que las y los ciudadanos deban elegir un nuevo sistema, estos tengan la información suficiente para tomar una decisión responsable y participen masivamente. Un ejemplo de un caso en el que se intentó infructuosamente de reformar el sistema es el de Colombia Británica. En esta provincia del oeste canadiense una Asamblea ciudadana logró someter a un referéndum la decisión de optar por un nuevo sistema electoral. Sin embargo, solo un 57% de los electores apoyaron la reforma, lo cual no fue suficiente ya que el gobierno impuso una mayoría calificada de 60%.

De igual manera, para que una reforma de este nivel tenga éxito, la persona encargada de promoverla debe tener un alto nivel de integridad, credibilidad y prestigio. La responsabilidad principal de esta persona, quien sería designada por el Primer Ministro, sería la de comunicar de una manera clara y accesible a todos los canadienses el propósito de dicha transformación y sus implicaciones políticas.

Para lograr que el voto de cada canadiense tenga el mismo valor y que estos sientan que su participación en las elecciones realmente tiene un impacto, otros aspectos deben ser considerados por el gobierno y la sociedad civil, entre ellos: el reconocimiento de una tal reforma por parte de la Reina a través de su actual Gobernadora General; el impacto que tendría en la representación de las provincias en la Cámara de los Comunes; el derecho de estas de tener como mínimo el mismo número de diputados electos que de senadores designados; y que la representación efectiva y que la calidad relativa del voto sea la misma para los electores. 

En los primeros meses de 2020, una vez el Parlamento retome plenamente sus funciones, seguro veremos el inicio de las discusiones respecto a este importante tema. Esperemos que nuestros líderes lo aborden con la objetividad necesaria y con la importancia que merece para el futuro electoral y político de nuestra democracia.

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